A principios de septiembre llegué a la pizzeria de Apango y me recibió la sorpresa de una cachorra peluda y con orejas caídas. Se la encontró el Cuper -Me dijo El Borrego- casi la atropella, no quiso dejarla y que se la trae en la moto. En aquellos días llovía y bajaba la temperatura en las noches, la ternura me llevó a pensar la fría vida de un animal callejero.
Leia se unió aquel día a la cofradía de recién nacidos que dormían en mi cuarto, ya que la gata (Que llegó sola desde otro lugar) tuvo tres crías debajo de mi cama. El fin de semana llegó Gabi y me apoyó para asimilar mi nuevo compromiso, hablamos de la película Amores Perros y escuchamos el soundtrack. Recordé el episodio dos de la serie Cosmos y lo bello que es vivir con esos seres extraños.
Puse atención en las vacunas, la alimentación, enseñarle a caminar en las escaleras y defecar en lugares específicos. La vida y muerte de Leia fue tan rápida como repentina, pero aun así, fue la primera vez que me permití llorar y extrañar una presencia animal. Escribo este último párrafo de desahogo en silencio y con esperanza, pero sobre todo con humildad y compromiso para empezar a dar amor de nuevo.
Seres extraños
No sé si me habrás visto
en alguna reunión
soy el que está sentado solo en el sillón
no te preocupes cuando
te parece verme mal
nada más estoy pensando
cómo cambiar el mundo.Y cuando duermo boca abajo sueño
y la mente se va a jugar por allá
dejando el cuerpo acá no lo puedo alcanzar
cuando me acuesto miro el techo y pienso
en la cosa de mí que no soporto mas
pero no importa el tiempo está para cambiar.
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